Cuando sentimos hambre real, existen sensaciones en el cuerpo, en respuesta a reacciones fisiológicas, el cerebro registra un descenso en los niveles de nutrientes en sangre, principalmente glucosa, activa un sistema de alarmas para permitir el mantenimiento de la vida y las señales las interpretamos como hambre, o mas bien como “hambre real”. Esa sensación nos impulsa a la búsqueda de comida, tan necesaria para estar vivos, y una vez que la ingerimos las señales de alarma se apagan. Sin embargo, somos capaces de seguir comiendo a pesar de haber superado lo necesario para la supervivencia.
En cambio, cuando nos invaden emociones, probablemente aparezcan las “ganas de comer sin medir cantidades y calidad” y no tiene relación con una necesidad fisiológica. Existen situaciones específicas: angustia, stress, tristeza, soledad, baja autoestima, tensión, culpa, bronca, frustración. El Hambre emocional aparece en respuesta a emociones, y en general comer se transforma en una manera de distraerse frente a los malestares físicos o psíquicos que acompañan las emociones.
El problema radica en que toda aquella energía (Kcal) que incorporamos y luego no utilizamos se guarda en forma de grasa. “Nuestro cuerpo engorda y este modo de enfrentar las emociones, por ser repetitivo, marca una huella conductual y se continúa haciendo sin pensar, de manera automática.
La clave está en poder distinguir en hambre emocional y el hambre real. En caso de tomar conciencia, es necesario reconocer la emoción que nos está afectando y buscar la forma de enfrentarla, evitando que nos despierte conductas poco saludables que pueden, incluso, traer como consecuencia la obesidad.